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José Tamayo y la escenificación de la ceremonia de los guanches

Uno de los participantes en la ceremonia del año 1962.  Manuel Alonso Castro, rey guanche.

Fue espectador de excepción en las fiestas de 1962

El 14 de Agosto de 1962, durante la representación de la aparición de la Virgen a los guanches, hubo un espectador de excepción en nuestra villa de Candelaria, José Tamayo Rivas, uno de los mejores directores teatrales que ha tenido nuestro país.
Tamayo nació en Granada en 1920 y  murió en Madrid en 2003.  Dirigió la compañía nacional “Lope de Vega” (1946). Luego, desde 1954 a 1962, el Teatro Español de Madrid. Fundó la compañía lírica Amadeo Vives en 1959, el Teatro Bellas Artes en 1961, el Teatro Lírico Nacional en 1970.  La Antología de la Zarzuela la paseó por medio mundo entre 1969 y 1987.  Después de esta pequeña y obligada exposición sobre la biografía de nuestro protagonista, seguro que sabremos valorar sus declaraciones a una revista insular, durante su estancia en Tenerife, en agosto del año 1962.
Al preguntarle su opinión sobre la fiesta de la Patrona de Canarias, no pudo evitar que su comentario fuera directamente a la representación de la Aparición de la Virgen: “La escenificación del primer encuentro entre la Virgen de Candelaria y los guanches, es una verdadera obra maestra interpretativa, única en su género.  El resultado de una fe que ensaya sus recuerdos año tras año, generación tras generación y los convierte en lección de arte escénico más asombrosa, con que esos hombres “visten” de guanches por dentro y por fuera…¡Qué mímica tan perfecta! Cada gesto equivale al “parlamento” mejor dicho e interpretado. ¡Si, yo, en el primer momento, estaba aún lejos del lugar de la representación, creí escucharlos en una escena hablada! ¡Qué maravilla!. No hay profesional capaz de representar así.  Para conseguir una perfección técnica tan unida a la llama de la inspiración temperamental, hace falta una suma de factores especialísimos.  Sentir el mensaje de la tierra y de sus hombres. Oír la voz de algo que está en el ambiente: algo ancestral, bravío, puro … ¿Has visto alguna de esas representaciones de la Pasión de Cristo que ofrecen personajes de carne y hueso en ciertos lugares de Europa, especialmente en España? O el “belén” en que gentes entregadas el resto del año a sus habituales ocupaciones, se metamorfosean prodigiosamente en las figuras protagonistas del Misterio? … Pues, piensa ahora como sería si semejantes tradiciones escénicas tuvieran lugar en la propia Palestina, revividas por los descendientes de la Verónica, Simón el Cirineo… ¿Qué actor profesional podría sentir así, y con gestos o movimientos depurados por una acción reproducida cientos, miles de veces?.”
A la pregunta qué consejos daría a los actores de la ceremonia para mejorarla, manifestó:
“Nada. No se puede mejorar. Es así. Y mientras lo sea, resultará la perfección misma. Creo que una anécdota de mi visita dirá mucho más que cuanto tratara yo de decir sobre el tema:  Junto a un actor infantil del grupo, su padre, otro guanche, me explicó que formaba parte de la representación porque era una “promesa” para toda la vida hecha a la Virgen, pidiéndole curación por una grave enfermedad. ¿Te das cuenta: Puede haber dominio de escenario, intuición artística, que posea la tensión emocional de cumplir una “promesa” a la Madre de Dios?..  Terminaré la anécdota con otra: Uno de los “actores” comentaba: Aquel compañero no tiene todavía bastante práctica; apenas lleva treinta años en la representación”…

EL ESCENARIO

En cuanto al escenario, afirmó: “La amplitud del escenario, perfecta también.  Sólo, quizás, le pondría césped a la plaza frente a la Basílica.  Con césped ¡bien conservado! Y una buena iluminación nocturna, se hallaría una solución de belleza y armonía grandiosa relacionada con el paisaje y el templo.  También me preocuparía de que los actores tuvieran el necesario aislamiento de la masa de espectadores. Evitar que el público se eche materialmente encima de ellos.  ¡Ah!, otra cosa: El encuentro espiritual, la revelación religiosa que convierte a los guanches en cristianos…Aquel momento precisa algo que centre emocionalmente la atención de los espectadores: Campanas al vuelo, cohetería, vuelo de palomas, pétalos de flor dejados caer de la torre de la Basílica… Ahí, en ese instante, es preciso crear escénicamente un efecto de apoteosis.”
¿Algo más? “Quizá un pequeño detalle, pero importante, como todos los detalles: Sobran las alpargatas bajo la insuperable rusticidad de los vestidos de pieles.  Habrían de ir descalzos, o con pieles también en los pies.
Así concluye don José Tamayo su visión sobre el acto de la escenificación de la ceremonia de los guanches.  Podremos discrepar en algunas de sus observaciones, pero en lo que sí estaremos todos de acuerdo, probablemente, es en la gesticulación perfecta de nuestros guanches donde la palabra enmudece en favor de la mímica.

Número 59 – Septiembre de 2006

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