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Mercedes Nóbrega Sabina

VIVENCIAS DE MERCEDES NÓBREGA SABINA

     Vivió parte de su vida en una casa junto a la Cueva de San Blas

     En una de las casas situada entre el Convento y la Cueva de San Blas vivió parte de su infancia  Mercedes Nóbrega Sabina. Nació nuestra entrevistada el año 1922 y falleció en el mes de junio de este año. Hoy, en este número, pasamos a ofrecerles  parte de una charla que tuve con ella el año pasado. 

     - Habiendo nacido y crecido en el seno de una familia de Candelaria, cuyo padre fue zapatero, ¿qué nos puede contar de sus vivencias?
     “Mi bisabuelo, que lo llamaban Cho Ignacio, vivía en el Risco, donde tenía la zapatería. Cuando veía los zapatos muy rotos, decía: ¡Esto no tiene composición! Y los tiraba al Callejón. Después llamaba a mi abuela: ¡Antonica! ¡Antonica! ¡Vete a buscar los zapatos!, nos cuenta con una sonrisa festiva”.

     - ¿Dónde ejerció este oficio su abuelo Ignacio?
     “En la calle de la Arena, donde hoy está el bar El Charquito. Mi abuela se llamaba Agustina”.

     - ¿Su padre también fue zapatero?
     “Sí, mi padre, Juan Nóbrega Rodríguez, continuó el oficio, cuando se casó con mi madre, Magdalena Sabina Alberto, el año 1919, en una casa que estaba en San Blas, después del Convento, donde hoy está el solar de Zenón Rodríguez. Allí vivimos hasta el año del temporal. Tenía su puerta y una ventana. En la parte de arriba había una habitación. Detrás de mi casa existía una cueva, grande. Allí poníamos todo los atarecos de los ventorrillos, las mesas con las burras, los palos, los telones. Todo iba a tener allí.
     La profesión de zapatero la alternaba con la de pescador u otro trabajo que se le presentara. Tenía una huerta donde plantaba cebada y coles para echarles a la cabra, al cochino y a una bandada de gallinas. La cebada, cuando estaba seca, la amarraba en un manojo y la colgaba. Con un rolo redondo que tenía le daba y salían los granos de cebada y, luego, en un asnero, la cernía. A veces se le ponía millo o trigo para el café. El millo lo íbamos a moler a Aroba, a la máquina de gofio de D. Ramón y a casa de Víctor, le decían Victico, frente a la plaza de Teror. Cuando había mucho, íbamos caminando a Arafo y veníamos, también, caminando.
     Al lado de mi casa se situaba un terreno que le decían la huerta de Domitila. Había un camino con sus pareditas, que todavía está, y subíamos e íbamos a salir a donde hoy está el cuartel de la Guardia Civil, en la Magdalena, a sacar agua de un pozo o a comprar leche. Había una choza para los animales de unos cabreros. Después hicieron un cuarto que todavía está. Allí vivió Manuel Torres. Tenía dos vacas y vendía leche.
Por este camino subía la gente que iba a El Socorro y cuando estaba el chinchorro en la Viuda. Esto era un camino de mucho jaleo; gente para arriba y para abajo.

     ¿Cuántos hermanos eran? 
     “Éramos cinco hermanos Francisco, Candelaria, Julio, Araceli y yo. Francisco y Julio continuaron la profesión de zapateros, en Santa Ana. Luego, mi hermano Francisco, continuó en Guímar y  Julio aquí”.

                                                         

LOS VECINOS

     - ¿Qué recuerdos conserva de sus vecinos?
     “Frente a mi casa había tres en la misma playa. Tendían las redes por debajo de ellas y los barcos por la parte de arriba. Era todo llanito. Vivían con su familia, mi tía Mauricia, Petra y María, que tenía dos hijas costureras, Altagracia y Julia. Recuerdo que comprábamos unos metros de tela para hacernos el vestido, porque antes no se vendía ropa hecha, todo lo hacían a mano”.

     - ¿Qué diversiones tenían las jóvenes de su época?
     “Pasear por la playa. La playa era el paseo, para allá y para acá y, a veces, íbamos a tener a Aroba. Marchábamos en grupo, un rancho.  Con la noche tocaban primera; daba tiempo de dar una vuelta. También íbamos al casino de la calle de la Arena, a los bailes”. 

     - Teniendo la Laguneta tan cerca, ¿nunca fue a un partido de fútbol?
     “Sí. Mi madre me decía que no fuera, sino que lo viera de la esquina de la iglesia donde estaba la Virgen. Me sentaba en el poyo que había hasta la puerta. No me dejaba asomarme más. En los partidos se formaba cada pelea, que agüita. Cuando jugaban con los soldados había más respeto. Con los de Güímar, ¡ay, Dios! Era como el Tenerife y las Palmas. También venían de otros sitios”.

     - ¿Qué hacían cuando el mar arremetía contra los riscos de San Blas?
     “Cuando había marejada vivíamos en el Convento. Nos llamaba el Padre Vicente o  el padre Ramón”.

 

RECUERDOS DEL TEMPORAL

     - ¿Qué recuerda del temporal que se llevó su vivienda?
     “Tendría diez años. Fue un temporal de mar, no de lluvia. El temporal empezó al oscurecer. Por la tarde ya se veían las olas que arrancaban. Mi madre quería subir  por los riscos con unas mantas para pasar la noche arriba, en la Magdalena, pero el padre Vicente, nos llamó. Estaba de superior el padre Ángel, ¡qué bueno! Mi madre fue por detrás del patio que teníamos, que daba a la cocina, y sacó gofio, todo lo que trincó de comer, pan y muchas cosas. Pasamos la noche en el Convento jugando a la baraja. Los padres Miguel y Ramón estuvieron con nosotros en todo momento en el salón de la Juventud. Se llamaba así  porque los jóvenes se reunían para recibir clases”.

 

     En esta vida donde ocupamos un espacio durante un tiempo indefinido, todo es pasajero.  Pero lo que los años nunca podrán borrar por la ausencia de nuestra gente  serán los testimonios de sus vivencias siempre que seamos  capaces de incluirlos, como crónicas perdurables, en las memorias de cualquier pueblo. Gracias, Mercedes, porque con estos comentarios colaboraste, de alguna manera, a enriquecer la historia de esta Villa.


Número 67 - Septiembre de 2007

 

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