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LA “ILUMINADA”  DE CANDELARIA

Constituyó un fenómeno sociológico en las primeras décadas del siglo pasado.

 
Antonia Tejera, la Iluminada, en sus años jóvenes

Quizás la mayoría de los jóvenes naturales de Candelaria y no tan jóvenes, así como los vecinos que han fijado su domicilio en este término municipal hace muchos años, si le preguntamos ¿Quién fue la Iluminada?,  no  sabrían contestar a esta pregunta.
De  este fenómeno sociológico de los años veinte, que continúa siendo un enigma, se ha escrito no mucho, pero si algo en los medios informativos insulares y últimamente en una revista de alcance nacional. Ha sido su máximo propulsor en cuanto a la difusión de su vida, de sus trances visionarios y curaciones inexplicables,  el escritor José Gregorio González y también  su propio yerno, José Manuel Pérez.
Antonia Tejera Reyes, que así era el nombre de la Iluminada, nace  en un humilde hogar candelariero, el día nueve de febrero de mil novecientos ocho. Su padre, Francisco Tejera y uno de sus hermanos, emigrarían a Cuba y su madre, Antonia Reyes Fariña, con mucho sacrificio, intentaba sacar adelante tanto a ella como a sus hermanos: Valentina, Pedro, Magdalena y Andrés (alcalde de este municipio, 1949-1961).
Para hacerlo contaba con una pequeña venta de comestibles, ubicada en el mismo domicilio, situado en la calle Santa Ana, número 10, donde hoy un restaurante lleva el nombre de su hermana: “Casa Valentina”. Su propietario es hijo de su hermana Magdalena.  Está anexo a la actual casa parroquial.

FENÓMENOS PARANORMALES

Desde su infancia comenzaron a manifestarse unos fenómenos paranormales que llegarían a ser notorios no solamente en la isla, sino también fuera.  Decía su madre que la niña “se dormía” y con los ojos cerrados era capaz de hacer cualquier recorrido sin que existiera obstáculo alguno para ella.
Cuando Antonia “se dormía”, es decir, entraba en trance, cambiaba la voz y ponía una cara distinta a la suya.
¿De dónde le viene el sobrenombre  “La Iluminada”?  Para contestar a esta pregunta, tenemos que recurrir al capítulo VIII del libro de un escritor canario, Domingo Cabrera que escribía bajo el seudónimo de Carlos Cruz  y que fue publicado el dieciséis de agosto de mil novecientos veintiocho.  Un par de vecinos aún lo conservan con todo el sigilo posible y la recuerdan con una devoción incondicional. Sólo hablan de ella confidencialmente.  
Escribía Carlos Cruz en el citado capítulo: “Un viejo sacerdote, bondadoso y simpático, y un padre dominico, de mirada viva, inteligente, se paseaban en las amplias galerías del convento, comentando los últimos “milagros” de la Iluminada.
-Hay algo extraño en esa chica, decía el viejo sacerdote. En su estado normal habla con torpeza, como corresponde a una persona de tan escasa cultura, incapaz de coordinar lógicamente dos ideas; en cambio cuando está “dormida”, se expresa en un sentido tan elevado que ya lo quisieran para sí muchos predicadores.
-Me inclino a creer que se trata de una transmisión de pensamiento. De alguien que se dedica a hacer experiencias de hipnotismo y la ha tomado de médium.
-Más de un malicioso se ha fijado ya en usted, hermano, asegurando que la tiene sujeta a su voluntad para fines religiosos.
-Eso es un absurdo. Me sorprende como haya podido surgir esa leyenda. Replicó el dominico.
-En el deseo de buscar una explicación racional. Es usted la persona más letrada del pueblo, la única a quien se considera capaz de expresarse como ella lo hace en sus éxtasis.
-En mi vida me he ocupado de tales cosas, ni creo que sea ésa la misión de un fraile.                                                                                                                                                                           
-Fantasías del pueblo. Descartemos esa posibilidad ya que aquí, descontando usted, no hay quien sea capaz de razonar con esa elevación de pensamiento.
-Pueden estar operando sobre ella a distancia.
-Voy a contarle algo relacionado conmigo:
Hace tres domingos explicaba yo a los niños la Doctrina en la parroquia. Antonia asistía como de costumbre. Venía preparándose en aquellos días, con ejercicios espirituales, para recibir la Comunión, pues ella, a pesar de su carácter alegre, es muy devota y cumple frecuentemente con la iglesia. Versaba la lección aquella tarde sobre las “Virtudes Teologales”. La chiquillería prestaba poca atención a mis palabras. No lograba hacerme comprender y los pequeños estaban distraídos, revoltosos. Más de una vez me vi  precisado a amonestarlos para que guardasen la natural compostura.  En esto me avisan para firmar una partida. Encargo a Antonia, por ser la más vieja, que continuara explicando la doctrina, como supiera.  Me dirigí a la sacristía.  Ella salió del corro y se sentó en la silla que yo ocupaba, en calidad de instructora.
Despaché rápidamente. Temía que los muchachos alborotaran en mi ausencia. Pero, cuál no sería mi asombro al oír,  en medio del más profundo silencio, una voz clara y dulce que explicaba mi lección con un sentido tan cristiano, con imágenes tan bellas y exactas que, por un momento creí soñar. Eran como parábolas evangélicas, de una filosofía honda y, sin embargo, al alcance de aquellas criaturas.  ¿De dónde salía esta voz para mí desconocida? ¿Quién había entrado en la iglesia durante mi ausencia? Permanecí sobrecogido largo rato.  Nunca había oído palabras tan sencillas y elocuentes. Los niños estaban pendientes de los labios de Antonia, arrobados… y yo, os confieso, reverendo hermano, que vi, con estos ojos que pudrirá la tierra, como aquella cabeza se embellecía en términos inmateriales, circundada por un halo luminoso. ¡Sería una alucinación de mis sentidos, sería un efecto de contraluz en la penumbra del templo; pero yo, ante aquella visión celeste, caí de rodillas y oré como ante una Enviada del Señor!
-¿Quién sabe si Candelaria ha sido escogida por la Divinidad para un nuevo Misterio?- comentó el dominico.
-De ahí le viene el nombre de Iluminada, con que hoy es conocida en Tenerife, no pude menos de exclamar: ¡Estás iluminada, Antonia! Los niños lo repitieron y sus hechos lo han confirmado. ¡Está iluminada, hermano!”

TIEMPOS DIFÍCILES

Vivía, Antonia bajo el signo de la pobreza con su familia. Eran tiempos difíciles, refrendados con aquella frase suya: “Pon el caldero al fuego, que ya vendrá la comida”, pero a pesar de ello, no se lucró de sus dotes paranormales, sus consultas eran gratuitas.
Parece ser que los fines de semana, hacia la tarde, la calle Santa Ana la invadía forasteros, ansiosos de verla, hasta el punto que una pareja de la guardia civil se encargaba de mantener el orden.  La esperaban frente a su ventana, lugar donde ella, en trance, con un humilde rosario en las manos, hablaba a la concurrencia con un gran sentimiento religioso: “Mi bendición sea para vosotros los que tenéis fe en mí, los que dais crédito a mis palabras y a mis hechos, los que creéis que todo poder viene de Dios y sabéis que el Espíritu está más cerca de Él que la carne…”.
No recuerdo el día que llegó a mi poder una grabación de Antonia en trance.  La verdad es que sentía cierto temor de presionar el play de mi cassette y con ese recelo la guardé en una gaveta de la mesa de mi despacho. Un día  decidí  oírla.   La escuché con atención y  sentí cierta paz interior.
Antonia o Antonilla, como se le conocía últimamente en Candelaria, se casó con el sueco Kart Eduard Johannson al que ella había curado.  La Iluminada falleció el año 1983.  Nació y murió pobre.  

Número 56 – Marzo de 2006

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